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LA AUTOESCUELA EN CASA

SUELE OCURRIR

Sé que una de las peores cosas que te puede ocurrir cuando tienes prisa es que te toque una autoescuela delante, os doy mi palabra de honor de que intentamos por todos los medios molestar lo menos posible, ya quisiéramos nosotros circular con fluidez, sin tirones, frenazos, volantazos, etc… pero es inevitable. Si eres conductor supongo que no recordarás como fueron tus primeros días al volante, pero te aseguro que fueron algo así.

A la hora de incorporarte al tráfico desde el lugar dónde está aparcado el coche, en Moratalaz, Vicálvaro o cualquier otra parte del mundo nunca ves el momento adecuado, primero porque una de las cosas que más cuesta aprender es calcular el espacio/tiempo del resto de vehículos. Así que donde un conductor experto ve un hueco clarísimo, un aprendiz ve un golpe seguro, sobre todo por la falta de confianza a la hora de subir el embrague y salir con rapidez, entonces lo que va a ocurrir es que después de un rato de esperar y comprobar que ha perdido un montón de oportunidades al final saldrá justo en el peor momento, es decir, justo cuando vienes tú, lo que propiciará una pitada por tu parte, seguramente merecida, pero que a su vez provocará que el alumno suelte el embrague de golpe y en vez de quitarse de en medio, se quedará clavado delante de ti con cara de “me quiero morir”, entonces yo le diré,

―tranquilo, arranca que se nos ha calado, y el alumno intentará arrancar de nuevo sin pisar el embrague y como está la marcha puesta el coche dará unos tironcillos sin arrancar, tu volverás a pitar, y el alumno intentará arrancar de nuevo sin pararse a pensar en lo que está haciendo mal, lo que provocará que quite la marcha y una vez que arranque el coche intente subir el embrague para salir, pero el coche no se mueve, no se mueve porque no se acuerda de que estamos en punto muerto, y no solo no nos movemos hacía adelante, sino que el coche empieza a irse hacia atrás sin que se dé cuenta, entonces tú pitarás más fuerte y querrás arrancarnos la cabeza a mí y a él, pero con eso no conseguirás que nos movamos porque el alumno al ver que el coche se va para atrás tira desesperadamente del freno de mano, y cuando por fin se da cuenta de que tiene que poner la primera no se acuerda de que ahora tiene que quitar el freno de mano, y entonces yo le digo

― a ver, qué has puesto, y él dirá:

―al de detrás hecho una furia,

―sí, pero aparte de eso, qué símbolo es ese que está en rojo con una P en el centro, y él dirá medio llorando

―Mamá quiero irme a casa, entonces tú, tras veinte segundos esperando, pero que te han parecido veinte minutos porque entras a trabajar a las nueve y te has levantado de la cama a las nueve menos cuarto, nos adelantarás por la izquierda dando un acelerón endemoniado mientras nos dedicas un cariñoso gesto con uno de tus dedos, generalmente el corazón, y maldiciendo al que inventó los coches de autoescuela que somos todos unos hijos de nuestra madre. Y yo seguiré otros cuarenta y cuatro minutos, porque la clase dura cuarenta y cinco, intentando convencer al pobre alumno que ya no sabe si está en un coche o corriendo un maratón porque está sudando como si le persiguiera un león del África septentrional, que no te exagero si te digo que el pobre, preferiría al león que seguro que no tiene tanta prisa en comérselo como tú en llegar a donde quiera que vayas, de que todo eso que le pasa, es normal

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