Cuarenta y cinco minutos… Aprendiendo a conducir
Sé que no soy más que un simple profesor de autoescuela, pienso mientras bajo el cierre una noche de viernes, pero no puedo dejar de sentirme afortunado por ello, para mí no son horas y horas de pelear con el tráfico de Madrid, pera mí sentarse una y otra vez en el coche rojo, es compartir durante cuarenta y cinco minutos las vidas de tanta gente, que por un rato confían sus vidas y sus sueños a un desconocido, que intenta en lo que puede corresponder a tan magnífica entrega.
Durante cuarenta y cinco minutos, me convierto en las tardes de cine de Tanía con su padre, en los nervios incontrolables de Gladys, en los futuros proyectos de Xenía, en los conciertos de Felipe, en el divorcio de Ana, en la risa contagiosa de Alba, en los sueños de Rosa, en la perseverancia de Silvia, en la ilusión de Marta, en el gracias por todo de Carlos, en el sin ti no lo habría conseguido de Violeta, en el que pena me da haber aprobado de Natalia, en el mira que coche me he comprado de Mónica, en el saludo lejano de tantos y tantos que me han dejado formar parte de una pequeña parte de sus vidas.
Me siento afortunado porque durante cuarenta y cinco minutos puedo compartir las vidas de cientos de personas que se cruzan en mi camino por un breve período de tiempo, de las que aprendo más de lo que ellos puedan aprender de mí, y que de seguro permanecerán en mis recuerdos para siempre.